El inclemente sol ataca a todos por igual, acaso con más fuerza a aquellas personas que se encuentren abrigadas como es en el caso de los músicos cubiertos de gruesos ponchos. El cargonte, familiares e invitados, prosiguen impertérritos su marcha bajo el sol, acompañando a los negritos y músicos.
Visitando la ramada de alguna persona que está pasando un determinado "cargo", pueden tratarse de mayordomos u otros. En cada ramada permanecen y acompañan al oferente mientras a la vez que muestran sus yanacoyundas así como reciben los honores de las bandas musicales.
De regreso a la casa, después de un reparador almuerzo, los negritos están nuevamente listos para visitar ramadas o casas, el capataz designado para ello, totalmente sobrio y sin ninguna traza de haber bebido alcohol (a lo sumo, chicha de jora), observa detenidamente los acontecimientos para que todo se realize de acuerdo a las costumbres.
De vuelta a las calles, a seguir bailando y tocando para el pueblo; nuevamente en cada esquina la consabida rueda y la respectiva danza, el sol prosigue su marcha inexorable hacia el atardecer pero no por ello otorga un respiro a todas las personas que están acompañando a los negritos. Cubiertos de polvo y quemados por el sol, prosiguen con las tradiciones.
Rumbo a las afueras del pueblo, en dirección a Quichka, casa donde reside el mayordomo de estas fiestas, don Demetrio Asto; a pesar de estar a un par de kilómetros de distancia, no es óbice alguno para que todos los fervientes se dirijan a presentar sus respetos; mientras tanto, el sol ayacuchano clava sus fauces de calor en cada nuca de los asistentes..
Por fin, dentro de la ramada del mayordomo, ¡qué frescura, qué sosiego! Libres, al fin de tanto padecimiento a causa de la marcha bajo el sol y un descanso para los pies adoloridos. Aquí descansa fresca y dulce, la rica chicha de jora en espera de ser probada; el traguito respectivo para componer el espíritu y una amena tarde para bailar al compás de arpa y violín.
Todos buscan la ansiada sombra que dan los característicos molles del pueblo, cada quien busca el mejor lugar si es que no alcanzaron a estar en la mesa de honor; en esta ocasión la ramada se encuentra en plena chacra y por consiguiente es más facil conseguir un lugar fresco desde donde apreciar a las bandas y negritos.
La fotografía muestra sin lugar a dudas, que para conseguir un poco de sombra o cobijo, no interesa el lugar, cualquier piedra, cualquier tronco, cualquier cerco sirven de mullido asiento para esos cuerpos adoloridos.
Esbelto capataz, exhausto por las marchas efectuadas en estos días descansa a la sombra de los molles: negro por el frío de la noches y tostado durante el día por el implacable sol de nuestra región; quizás su idea inicial al comienzo del viaje fue broncearse un poquito durante estas fiestas mas todo terminó cuando algún familiar lo designó capataz para cuidar y velar por las costumbres de los negritos danzantes; pobre de él que no cumpla su cargo de acuerdo a la tradición, el tayta San Martín de cuero trenzado y tres puntas lo va estar esperando.
Fotos: Jackie Tito Meza
Esbelto capataz, exhausto por las marchas efectuadas en estos días descansa a la sombra de los molles: negro por el frío de la noches y tostado durante el día por el implacable sol de nuestra región; quizás su idea inicial al comienzo del viaje fue broncearse un poquito durante estas fiestas mas todo terminó cuando algún familiar lo designó capataz para cuidar y velar por las costumbres de los negritos danzantes; pobre de él que no cumpla su cargo de acuerdo a la tradición, el tayta San Martín de cuero trenzado y tres puntas lo va estar esperando.
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